el
alba de los pueblos.
Amor
desenfrenado de libertad.
Muchacho
de juventud eterna.
Has
cumplido,
comandante,
la
palabra empeñada por siglos,
el
honor y la gloria te pertenecen.
Compañero
de viaje;
camarada
eterno.
Con
tu amanecer hacia el futuro
te
dejabas llevar en la corriente de la historia
como
un río caudaloso de piedras y paciencia.
A
las orillas de tus brazos,
fortificados
por el sol que amanece siempre con los ojos abiertos de alegría,
nos
diste a beber la fuerza de la libertad.
Nosotros
te encontramos plantado en nuestros poemas,
habías
nacido allí como un árbol frondoso
¡grande!
sin
límites.
Los
domingos siguen teniendo el rostro tuyo al fondo de la llanura.
Las
imágenes en las lentes de esas cámaras de televisión
se
iban volando en los ojos de las garzas y de los loros.
Y
más simple de lo que canta un gallo,
llegabas
con tu palabra
pintando
la historia
del
próximo milenio.
Nuestros
corazones a veces se detienen
de
tanta poesía que eres.
¡Qué
poesía tan maravillosa la que podemos encontrar
en
esas palmas que acarician el cielo imborrable de tu “Aló
presidente”!
La
misma historia que te vio nacer
es
la misma historia
que
jamás te verá morir.
Comandante,
la
llanura te reclama como siempre te quiso,
en
esas lejanías como un hombre a caballo remontando
sus cauces,
libre
como candela.
Desde
lo más profundo de la sabana,
con
la sangre del fuego cimarrón,
y
desde lo alto de la Cordillera Andina,
con
el viento que teje sus luces en racimos de estrellas,
te
vimos nacer desde los incontables de tu naciente histórica,
entre
cayenas rojas y poesías.
De
niño imaginabas
las
arañas de la abuela
tejiendo
en sus tricolores ojos los sueños de Bolívar,
y
con la fuerza del huracán Chávez,
subieron
los pobres a la cúspide del Chimborazo.
Te
vimos compartir la galleta desmenuzada
en
la saliva de la boca del niño que dijo patria;
y
bajo la lluvia bailar al son de la alegría que dijo amor;
y
bajo la noche inmensa
celebrar
el silencio
y
la infinitud de la vida.
El
asombro a veces cosquillea en nuestro corazón lleno de alegría,
y
sales volando como un pájaro carpintero
que
nos abres el alma a picotazos de amor.
Amanece
y buscamos entre las enredaderas de este sol,
las
caricias del acorde,
las
claves perdidas,
los
tonos de las primeras gotas del rocío.
Tu
cuerpo ha vuelto a ser sangre cósmica.
Al
mar vuelves después de veinticinco mil años
como
música de olas y canto de arrecifes.
Te
despedimos bajo este tiesto redondo que da vueltas
mientras
salen de nuestro corazón las primeras notas en el cuatro,
y
caminamos con los dedos
cada
traste del recuerdo.
¿Qué
corto puede ser el último sonido de la vida?
¿y
qué largo el misterio?
El
instante detiene al corazón el ritmo
y
nadie puede predecir el último compás,
el
estallido de las flores,
la
primera melodía de las hojas con el viento.
Te
pierdes en la inmensidad de la llanura celeste,
y
en tus ojos hemos visto el corazón de las estrellas.
No
nos quitarán el sol que llevamos por dentro,
la
esperanza del sueño hecho verdad tangible,
ni
la alegría hecha bandera de la dignidad.
Esta
patria que vinimos a defender con el corazón invencible,
se
queda para siempre en nuestros ojos,
en
la luz de la vida,
en
la fuerza indestructible del amor.
Seguiremos
vestidos de esperanza,
con nuestros corazones llenos de alegría
porque
en esta vida y en cualquier lugar del tiempo y el espacio,
somos luz de amanecer.
Te sembramos en nuestros corazones para
que sigas siendo vida y más vida
y
de estos corazones brotan las cayenas que
visten de rojo lo maravilloso
y
de cada latido brotan
las raíces del viento
donde
juramos hasta
la victoria por siempre: Vivir
y vencer.